
Nieves
Tengo setenta y cinco años y me ha tocado vivir una existencia muy dura. Con veintidós años me casé. Quedé viuda a los treinta y dos con cinco hijos, a los cuales tenía que sacar adelante. Fue duro, había que trabajar bastante. Me han dado muchas alegrías. También problemas, no obstante los he sabido llevar. ¡No poco he luchado por ellos! A mis padres y hermanos les agradezco su ayuda por estar conmigo en tantos momentos difíciles.
Mi mayor regocijo es que los tengo a todos, además de nueve nietos y un bisnieto. Les ayudo en todo lo que puedo... Mi gran pena es que mi marido se fue tan joven y no vio a sus hijos crecer. El día que murió, a las cuatro de la tarde, mi hijo mayor cumplía once años, a esa misma hora. ¡Qué coincidencia!
Siempre estuve enamorada de Carlos, así se llamaba. Cuando nos enfadábamos yo a nadie quería, sólo esperaba por él. Fue mi único novio. Tuve otros pretendientes que me escribían o hablaban, pero yo sólo lo amaba a él. Aún sigo prendada... Cuando estoy al lado de su tumba le hablo como si lo tuviera en persona. Le cuento como van sus hijos, sus nietos... Incluso de broma le digo: ¡Yo trayéndote flores y tú a lo mejor estás para allá con otra! En mi casa hago lo mismo cuando paso por delante de su foto.
Yo, de verdad, en mi vida no podía poner otro hombre porque sabía que no iba a querer a nadie como quise a esa persona. En el asunto de pretendientes me pongo de guasa, soy muy bromista, sin embargo sigo teniendo en mi pensamiento a mi marido. A la vida le pido que le dé salud a mis hijos y a mis nietos, también a mí para poder verlos hasta que Dios quiera.
Mi alma está en La Graciosa, en ella soy muy feliz. Quisiera que cuando muera me enterrasen allí, donde está él. Mis hijos si no quieren llevarme flores, que para nada son, no importa. Eso sí, que me pongan al ladito de él.