
Santi
Siempre he pensado que no nací en la época que tendría que haber nacido. A lo largo de mis años he puesto oído a las conversaciones de la “gente de antes”, los mayores. De las experiencias que cuentan me quedo con que estaban más unidos, hacían más cosas juntos...
Desde pequeño he disfrutado del campo. Vivo en un pueblo que tiene costa, pero esta no me llama la atención.
Gran parte de mi tiempo libre lo empleo ayudando a familiares y vecinos en las tareas agrícolas. Privo por ir a un “enarenao”, pensando en nada, quitarme los zapatos y entrar en contacto con la tierra. Esa unión que siento con ella, también la encuentro con quienes colaboro. El campo es unión, todos trabajamos por una misma cosa. El compañerismo que se da aquí no lo siento en mi vida de estudiante. En esta hay competitividad.
Quién no ha experimentado la vida en el terruño, no llega a conocerlo. En las noches de luna, el ir a arrancar en ese silencio con bromas, “bobiando”, con cantos de contrapunteo..., no hay quién lo pague. La camadería es absoluta.
La tierra me atrae. La trabajo, la atiendo y ella me recompensa. De lo que le doy, recibo. Me planteo que pueda ser un medio de vida, pero es difícil salir adelante. No te pagan los productos como es “debío” para el trabajo que dan. Mis padres se sienten como “el diablo contra la cruz” cuando les digo: ¡Me voy al campo! Ellos me desean seguridad. Estudio enfermería, carrera que me encanta y la vivo. Creo que puedo compaginar las dos cosas. Hay pocos jóvenes como yo, que estén en esta historia. Mis amigos verdaderos, aunque no comparten lo que hago, sí me entienden. Incluso llegan a participar cuando hace falta echar una mano.
Voy viviendo según lo que va pasando. Mi sueño es quedarme y morir aquí. Seguir escuchando, desde mi casa, el rumor del mar. Levantarme por la mañana y beber un café mirando para Valle Grande...